Me desperté en rojo, quién sabe qué luto soñé mientras dormía. Me desperté para darme cuenta de que estaba en blanco. No como un papel, ni como un lienzo, la blancura era desconcierto. Trepé por las paredes de mi cuarto y me observé con tristeza. Decidí no hacerlo más. Era mejor dejar atrás los pensamientos. Y los espejos. Entonces tomé mi bastón y me dirigí hacia el desierto. Encontré más vida allí de lo que existía en mi encierro. Y seguí. Algo detrás de mí me empujó a hacerlo. Fui dejando atrás la quietud, sin arrepentimientos. Cuanto más avanzo hacia el vacío más me despojo de lo innecesario: Caen tras de mí los ropajes viejos. Ando desnuda, con la blancura a flor de piel, ya no es un blanco triste, es un blanco sin nombre. Sobre cada lunar se posa una luciérnaga. Sobre cada arruga camina una libélula. Mis huellas desaparecen a cada paso. No hay rastro, no hay rastro. No hay pasado, ni futuro. Soy sin tiempos. Alguien grita: "Ahí va la loca!" Lo escucho en ecos. Doy dos pasos y ya no lo veo. Miro al horizonte, a lo lejos un círculo vibrante brilla en el cielo: ilumina mi rostro y entibia mis huesos. Me dirijo humildemente hacia lo incierto. No hay ya otro lugar hacia donde ir. No hay ya un lugar al que me interese ir. Así está bien. Mi corazón continúa latiendo su propia música.
Amelia Milanese, "El viaje de El Loco"
Bordado de "El Loco", del Tarot de Marsella
Comentários